jueves, 7 de agosto de 2014

Espadas de Robleda - Caza de trols I

            Los aventureros ya estaban en camino, una somera descripción del encargo y el pago de 30 piezas de oro por cabeza habían bastado para convencerles de tomar unos caballos y dirigirse lo más rápido posible hacia Villanías, una aldea a una jornada a caballo desde Robleda hacia el sur, en el borde mismo de las Quebradas del Este. El encargo no parecía complicado: un trol había estado rondando los alrededores del pueblo y unas noches atrás había atacado finalmente una granja, devorando a varios de los cerdos antes de que consiguiesen ahuyentarlo con fuego. Como es natural, los habitantes de Villanías estaban preocupados, y habían pedido auxilio a Robleda. El burgomaestre había decidido que para trabajo tan mundano no iba a arriesgar hombres ni malgastar recursos, con lo que había decidido contratar a algunos aventureros. Y como era de la opinión de que más valía conocer a todo el mundo en la ciudad si uno quería gobernarla como es debido, decidió dar el encargo a un grupo nuevo, con el fin de probarlos. Un trol, al fin y al cabo, no era una amenaza tan grave.

            El grupo llegó al fin a los alrededores de Villanías. El pueblo, que a juzgar por el número de viviendas no tendría una población mayor de cien o doscientas personas, estaba rodeado por una empalizada de madera. Sobre los demás edificios, colocado en el centro del mismo, sobresalía la torre del templo a Valion, indispensable en cualquier población digna de ese nombre. Las puertas estaban cerradas, y no había muestra de guardia ninguna.
            - ¡Diablos! - bufó el mago, que ahora y con la capucha bajada mostraba unos rasgos propios de un neferí - ¿Y por dónde se supone que vamos a entrar? ¡Guardias, eh!

            Como no obtuvieran respuesta, comenzaron a discutir. Ozymandias, el mago neferí, apoyaban la idea de Grom, el enano, de cargar contra la puerta y echarla abajo, mientras que el paladín visirtaní, Al-Tazad, intentaba disuadirlos apostando por la paciencia y unos buenos pulmones.

            El elfo, Lethalon, no tardó en aburrirse de la estúpida conversación, y se dirigió a echar un vistazo a la empalizada. Regresó poco después.
            - No creo que sea necesario ni echar la puerta abajo ni partirnos las cuerdas vocales. Seguidme.

            Una parte de la empalizada se había venido abajo, dejando un boquete de lo menos cuatro metros de ancho. Los aventureros, naturalmente sorprendidos, pasaron a través de él para entrar finalmente en el pueblo. El solo pensamiento de la bestia que había podido hacer semejante agujero les puso los pelos de punta, ¿no les habrían informado mal de la misión? ¿No se enfrentarían, no a un trol, si no a un gigante de las colinas?
            - El destrozo debe ser reciente - apuntó Al-Tazad - o hubieran comenzado ya con las reparaciones.

            No había cerca ningún habitante que pudiese apuntar a la exactitud de sus palabras, lo que en realidad no hacía sino aumentar la sensación de que algo en ese escenario no funcionaba como debía.

            De pronto escucharon un grito, y al momento todos se pusieron en guardia, las armas en ristre. Vieron a su derecha, saliendo de una de las casas, a una mujer que ponía tras de sí a un muchacho, mirando con terror a los aventureros. Estos bajaron las armas (excepto el elfo, que pensó con gran juicio que podían ser cambiaformas, ilusiones o dios sabe qué infinidad de otras aterradoras posibilidades). El paladín, sin duda el miembro de aspecto menos amenazador del grupo, se adelantó un par de pasos, realizó el saludo universal (dedos índice, corazón y anular sobre el corazón) y poco después señaló su insignia sagrada de Valion.
            - Saludos, buena mujer, venimos desde Robleda para auxiliar a este pueblo en su momento de necesidad.

            Las palabras parecieron surtir el efecto deseado, la mujer se relajó visiblemente (Lethalon siguió con el arco listo, solo por si las moscas) e indicó a la compañía que la siguieran, pues el pueblo se había reunido en la taberna de Tragoslargos.
            - Tengo entendido - prosiguió el paladín - que el pueblo sufre el ataque de un trol, ¿es él el causante de semejante destrozo?
            - Un trol... sí, había un trol, y acabamos con él. Tras un segundo ataque decidimos que no podíamos esperar a la ayuda que el burgomaestre enviase.
            - ¿Es entonces otra bestia la que ha causado la destrucción de la empalizada?

            - Oh, no, fue un trol... pero seguido de otros cuatro.

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Bueno, después de un parón debido a un viaje a Madrid retomamos a las Espadas de Robleda. Hoy, en la sección "Detrás de las letras", vamos a hablar del trasfondo de uno de los personajes, particularmente del de Grom, el enano. Grom es hijo de un familia noble de enanos de Moru que ha perdido prácticamente toda su influencia y riqueza. Grom es un enano impulsivo, violento y de escasos modales, con lo que no casaba muy bien con un estilo de vida civilizado y ordenado como el que llevan los enanos. Animado por su familia, decide echarse a los caminos como aventurero con la promesa de enviar buena parte de los beneficios que pudiera obtener a su hogar, quizá con la esperanza de reconstruir la fortuna de su familia. 

Eligió Robleda tanto por su fama como ciudad de paso para aventureros de toda clase y condición como por el hecho de contar en el lugar con algunos viejos amigos de la familia. Estuvo trabajando como matón de poca monta y haciendo encargos sueltos hasta que conoció al resto de las Espadas de Robleda en una de sus abundantes borracheras. Detesta el sigilo, los engaños y todo lo que no sea cargar hacia delante con el hacha bien alta.

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