lunes, 31 de julio de 2017

El Barco de Velas Rojas (Capítulo V.1)

Capítulo V

Sentados alrededor de la mesa de una taberna (o algo semejante) que llevaba por nombre Las Puertas de Bronce, en una esquina del mundo con el apropiado nombre de Despojos, en una isla salvaje y peligrosa llamada Tur Ukar, un grupo de amigos se reencontraba, lo que es siempre un motivo de gruesa celebración.

La pregunta de rigor fue realizada tras las apropiadas muestras de alegría y la orden de una ronda de aguardiantes. Otavio se disculpó, insistiendo en la necesidad de reunirse con su contacto, y dejó a los héroes y sus historias.
  • Recuerdo estar ahogándome. De hecho, estoy bastante seguro de que recuerdo ahogarme. Me hundí, y no tenía aire en los pulmones. Recuerdo tratar de tomar aire, y no tragar más que agua… y luego la negrura. No sé cómo, me desperté en la cubierta de un barco. Al parecer me habían atrapado en unas redes, la capa de Baldir se había enganchado a un pedazo del naufragio y me había mantenido a flote hasta entonces. Por cierto. - vació el aguardiente de un rápido golpe de muñeca. - que el barco tenía velas rojas.
Nadie dijo nada, vino otra ronda de aguardientes.
  • Era el maldito barco de velas rojas, lo juro por el martillo. Yo mismo no me lo podía creer. Antes de que me diese cuenta estaba delante de las botas del mismo Ormzar Anbisen. No había visto un orco tan grande en mi vida, era incluso mayor que Henk, os lo aseguro. Me pusieron un trapo en la mano y me pusieron a fregar la cubierta con los grumetes. - Ator hizo una pausa para enseñarles las magulladas rodillas. - Y estoy seguro de que me hubieran tenido fregando hasta el invierno, si no me hubiera metido en una pelea.


La patada en el estómago dolió como mil demonios. Ator alzó la mirada de su trapo con una mano en las tripas para mirar a la desgraciada que se reía a su lado rodeado por otros tres piratas, cada cual más feo que el anterior. La mujer, de figura envarada y nervuda, con una larga cicatriz bajo su ojo izquierdo y un jubón de cuero mal remendado un millar de veces, le miraba desde lo alto con los pulgares en el cinto, donde colgaba un filo curvo traído de las islas.
  • Es lo suyo que pongan a los perros a fregar, que estando ya a cuatro patas les cuesta menos, ¡Ládranos un poco, chucho! ¡Ladra, que te oigamos!
La pierna volvió a levantarse, preparando la trayectoria de una nueva patada, y volvió a descender con la puntera por delante. Ator la recibió en pleno estómago, pero esta vez iba preparado. El golpe dolió, por supuesto, pero el norteño cerró sus brazos alrededor de la pierna antes de que la otra pudiera retirarla, y con un rápido giro la hizo caer. Antes de que los otros pudieran reaccionar, agarró a la pirata por los pelos y estampó sus morros contra la cubierta. Volaron dientes. Los otros ya echaban mano de sus filos y mazas mientras Ator acudía a por el cuchillo curvo en el cinto de la pirata, el olor a sangre y tripas se anticipaba en el ambiente, la gente de alrededor se giraba para prestar atención a la pelea… y entonces sonó un bramido, imposible de resistir.
  • ¡Quietos!
Se escucharon los pesados pasos de uno de esos grandes hombres que hacen temblar el aire con su presencia. A Ator no le hizo falta darse la vuelta para saber que allí estaría Ormzar Anbisen, el usurpador del barco de velas rojas. Anbisen caminaba tieso como una columna, y con la misma consistencia. Las piernas resultaban cortas y arqueadas en proporción al monstruoso tamaño del orco. Su larga y desgreñada melena caía lacia sobre sus hombros, enmarcando un rostro de ojos grandes, oscuros y profundos, una mandíbula como un yunque y unas mejillas hundidas. La complexión de su piel era oscura, cubierta de manchas de salitre, y similar al cuero curtido. Anbisen no llevaba más ropa que unos pantalones anchos, y todo su cuerpo estaba cubierto de anchas y profundas cicatrices y negros y siniestros tatuajes. Muchas de esas cicatrices parecían estar hechas a fuego, y había en ellas una salvaje cualidad artística que resultaba sobrecogedora para las mentes civilizadas. Por suerte, la mente de Ator nunca había sido particularmente civilizada.

El enorme orco estaba ahora en el puente, junto al timón, apoyado en la barandilla y mirando la escena con sus grandes ojos cargados de curiosidad. Ator no pudo evitar pensar gravemente, que no había nada de la supuesta estupidez y salvajismo orco en esa mirada.
  • Me preguntaba cuánto tardarías. - la voz de Anbisen sonó calmada, potente, se escuchó con claridad de una parte a otra del barco. Se notaba en su habla cierto acento de las islas, pero nada más. Era incluso agradable al oído. - La mayoría de los nuevos reclutas empiezan fregando suelos. Mis piratas - había orgullo en esta afirmación - los torturan y los presionan para ponerlos a prueba.
Anbisen señaló a un hombretón con un parche y un gesto de suficiencia, completamente calvo.
  • Uturri tardó tres intentos. Aquel - señalaba a un hombre de ojos separados y nariz rota, largo como una anguila y con una nuez sobresaliente - es Aspi. Tardó cinco. Los orcos como Kaar - dijo indicando un orco con una cicatriz en la garganta y la espalda cubierta de marcas de latigazos - suelen tardar menos, él en particular sólo dos. Tú, amigo mío, no has aguantado ni una. Bravo.
  • ¿Quiere decir esto que ahora me daréis una espada y me podré dedicar a piratear con el resto en vuestra alegre compañía?
  • Claro que no. Eso significa que aquellos tres camaradas, fieles compañeros de Damaroja a la que acabas de desdentar, están en su pleno derecho de intentar matarte.
Los otros tres parecieron tomarse las palabras del capitán como un permiso explícito para atacar a Ator. Él se lanzó hacia atrás intentando tomar distancia, por fortuna el cuchillo ya en su mano, pero un grupo de marineros le empujaron de vuelta contra sus enemigos. Ator no perdió el equilibrio (tenía un muy buen equilibrio) y sacó la pierna derecha por delante que se hundió en el estómago de uno de los seguidores de Damaroja, que escupió aliento y vómito, tan violenta fue la sacudida. El segundo estaba ya sobre él, y lo alejó dando una cuchillada al aire, mientras que el tercero le golpeó con su maza. Ator logró guardar la cabeza tras el hombro, que se llevó la peor parte. Aprovechando que uno de ellos se recuperaba aún de la patada al estómago, cargó por el lado derecho desde donde sostenía el cuchillo contra uno de sus oponentes. Este, que se esperaba de su víctima una actitud más defensiva, no lo vio venir a tiempo, y se llevó una cuchillada en las tripas, quedando así fuera de combate. El otro saltó detrás de Ator intentando tomarle por la espalda, pero Ator se tiró al suelo y rodó alejándose del peligro. Normalmente esta hubiera sido una mala idea, pero sin perder el tiempo se arrojó con todas sus fuerzas contra las piernas del de la maza, que trastabilló y se fue al suelo de morros junto a su querida Damaroja. Ator pensó en acuchillarlo, pero decidió finalmente tomar su maza y dejarlo seco de un golpe. Se giró hacia el último, que se limpiaba ya la boca con el paso aún inseguro.
  • Es suficiente.
Anbisen había bajado y, apartando a sus hombres, se había hecho un hueco en el círculo.
  • Estoy un poco molesto. Esto se supone que tenía que ser una lección. Aprecio la fuerza, de cuerpo y carácter, y por eso hago que mis nuevos reclutas sean maltratados. Lo hago con la intención de que se rebelen. Pero, tan importante como la fuerza es la astucia. Los que se rebelan contra el primero que los ofende a menudo se encuentran luego apalizados por sus compañeros. Es lo que pasó con Kaar, por ejemplo, y con la mayoría de los orcos. Los más listos, como Aspi, esperan a que decida probar suerte con ellos un paria, o alguien a solas. Buscan minimizar las represalias, sabiendo que pueden tener aquí la oportunidad de ganarse el respeto de la tripulación con una demostración de fuerza. Claro que si tardan demasiado… - Ormzar Anbisen, el gran capitán del barco de velas rojas, se encogió de hombros. - Pero tú has decidido morder a Damaroja, secundada por sus tres secuaces… y les has dado una paliza. No está mal.
Ormzar Anbisen entró en el círculo, y por un momento el sol pareció desaparecer del firmamento.
  • Ahora tienes una oportunidad. Puedes luchar contra mi. Un combate singular. Si me ganas, todo el barco será tuyo, serás el nuevo capitán. Habrás derrotado a Ormzar Anbisen, no hay nadie que pueda decir lo mismo. Ahora tienes una oportunidad. Estoy desarmado. Estoy solo.


  • ¿Y qué pasó?
  • Tiré las armas allí mismo y me rendí.
Habían decidido cambiar finalmente al vino tras su tercer trago de aguardiente, y estaban todos ya algo achispados. La tarde se alargaba en Despojos mientras el sol teñía de rojo los vaporosos bostezos del cielo.
  • ¿En serio? ¿Tú? ¿Rendirte? - le decía Ilais incrédula.
  • Vosotros no lo visteis. Aquella cosa era un monstruo. Preferiría mil veces volver a enfrentarme a aquel hombre pez del barco de Otavio… que, por cierto, tenéis que contarme cómo terminó esa aventura… el caso es que me rendí. Dejé de fregar suelos, me dieron un sable y ascendí a vanguardia.


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